Al salir de su casa por la mañana, contó los pasos que lo condujeron hasta la parada del colectivo 128, que lo llevaba a su trabajo. Fueron 207 pasos.
Durante el viaje, absorto en acertijos, contó a los pasajeros que bajaron (14), como a los que subieron al vehículo (20).
Al descender volvió a contar los pasos que lo llevaron hasta su trabajo. Fueron 58.
La cuenta daba 427.
Esa tarde perdió todo el dinero que le había prestado el banco para saldar su deuda con una financiera, y jugó todo su dinero a ese maldito número!
¡Por Dios!... Le salió el 424 a la cabeza.
Perturbado, jadeante, agonizante, cuando salió de su trabajo volvió a contar los pasos que lo llevaron hasta la parada del colectivo 128 (fueron 48).
Contó a los pasajeros que subieron (27), como a los que bajaron antes que él (31); y al descender del bus volvió a contar los pasos que lo llevaron de regreso a su casa (fueron 190).
Perturbado, jadeante, agonizante, no pudo abstenerse de hacer la cuenta: ¡Y le dio 424!... ¡No podía creer tanta desgracia!
Perturbado, jadeante, agonizante, se dirigió a la Agencia de quiniela del barrio en donde ya lo conocían de sobra, y como no tenía dinero en efectivo para poder jugar, pidió fiados los 500 $ de la jubilación que al día siguiente cobraría su madre, y le jugó otra vez a ese maldito número (el 427 de la mañana), por las dudas también le jugó al 424, y por las triples dudas le jugó al 03 (la diferencia entre ambos números).
Esa noche salió a la cabeza el número 854 (la sumatoria de los tres números que había jugado). Perturbado, jadeante, agonizante, aquella noche después de la cena se descompuso y le atacó una fuerte diarrea. Tan descompuesto estaba al día siguiente que tuvo que faltar a trabajar…
A media mañana su anciana madre se dirigió al banco, pues le tocaba cobrar su miserable sueldo de jubilada. Con plata en el bolsillo y preocupada por la diarrea de su hijo, al pasar por la agencia de quiniela se le ocurrió jugar (nunca lo hacía). Y le jugó 2 $ al número 71 (el excremento).
Muy contenta esa tarde, se enteró de que había ganado 70 $. Pero muy poco duró su alegría, porque cuando le comentó a su hijo la buena nueva a éste le dio un infarto masivo y así acabó su paso por la vida…
La anciana al poco tiempo se enteró de las deudas de su hijo, pero como los sueldos de los jubilados son inembargables nadie pudo reclamarle nada… Por el contrario la empleada de la agencia, apiadada de la pobre ancianita, antes de Navidad le regaló un billete de lotería. La millonaria anciana falleció al enterarse que era la ganadora del “gordo” navideño…
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Antares de Este (María Laura Basso), 14/03/2008
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